El Iztaccíhuatl

A partir de 1830 arriban a México una serie de personalidades que, con el ánimo del que quiere descubrir, bocetaron, pintaron, litografiaron, escribieron y fotografiaron una realidad muchas veces imaginada.
Alfonso Alfaro les llamará aventureros de la geografía, inmigrantes de alguna forma del siglo de la Ilustración. Estos hombres, avecindados en terras novas, vendrían –bajo el itinerario visual de Alexander von Humboldt– al invernadero de utopías, a la reserva moral que representó América desde su descubrimiento.
Es el caso del pintor Löhr quien, después de exponer en salones alemanes, llega al Nuevo Continente para producir una de las obras más notables de este género en nuestro país.
Su interés pictórico, sobre todo, estuvo en crear panorámicas de paisajes rurales, con lo que logró extraordinarios contrapuntos plásticos a partir de pequeñas figuras humanas y de construcciones campesinas o de ciudad. En El Iztaccíhuatl el autor logra, en un reducido espacio, expresar un notable juego de colores donde el blanco del simbólico volcán contrasta con una pequeña pero significativa fogata que hace apreciar la figura de los personajes.