Discípulo de Benedetto Luti, el también escenógrafo Giovanni Paolo Pannini nos lleva al gran teatro. Soberbia arquitectura que reduce el mito a una escena palaciega de las cortes absolutistas del Siglo de las Luces. Todo es perspectiva. En estratégicas posiciones estamos ante un montaje. Dos fuentes de luz: en lo más alto, la luna se corta por una nube; en contraposición, el fuego de dos antorchas. La luz cenital ilumina a la mujer más bella del mundo: Helena. Esa noche cambiará el rumbo helénico. Un rapto. La hija de Leda y Júpiter, esposa de Menelao, rey de Esparta, intenta en vano liberarse de Paris. Así lo decidió la áurea manzana de la discordia. Así lo sentenció Venus. Así lo registró Homero. Así lo ilustró Pannini.
Las torres alertan. Por los pasillos hay alboroto. Una columna permanece en la sombra y enfatiza aún más la correcta perspectiva. El maestro, además de dominar el color, fue un gran arquitecto. También decorador de la Villa Patrizi (1718–1725) y el Palacio de Carolis (1720). Son célebres sus vistas de Roma y la asombrosa planimetría en los casetones del Panteón.
Pannini une la tradición clásica italiana con el gusto aristocrático francés. Y es que el ultraje no puede darse sin batalla. Pareciera que por un instante los dioses del Olimpo no toman partido y dejan que los mortales defiendan sus trincheras: es el retrato de los caídos.
Mitología-veduta-capricho del setecientos que asombraría a un joven alumno en la Academia de San Lucas: Jean-Honoré Fragonard –tanto como al célebre crítico, marchante e historiador del arte Julius Weitzner–, cuyos registros conserva la Biblioteca Witt en Londres, Reino Unido.
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