De acuerdo con Romero de Terreros, todo parece indicar que Manuel Serrano fue un artista autodidacta que se presentó en las exposiciones anuales de la Academia de San Carlos en 1856, 1857 y 1858. Su producción fue extensa y se ocupó de manera especial de los charros.
Huasos chilenos, gauchos argentinos o jinetes mexicanos configuran parte de un entrañable imaginario que hace del caballo y su montura una representación fundamental también en la historia del arte. Serrano –como Ernesto Icaza– documentó prácticamente en toda su obra los usos y costumbres de la «jineteada».
En palabras de la escritora Katherine A. Porter: ¡El charro! Es el tipo ideal de la imaginación romántica de México. Y es que pinta con detalle al caballo y el avío de equitación. La magnífica silla de perilla alta, el estribo, amén de las protecciones de cuero para las piernas resultan en una procesión a campo abierto. Con pinceladas cortas y de toque muestra una arbolada que enmarca los protagonistas. Tez clara y largas patillas, amplio sombrero de ala recta, chaquetilla corta tachonada con botonadura de plata…