En un mundo donde lo milagroso es posible, el exvoto despliega su expresión. La palabra procede del latín ex, «de», y votum, «promesa». Testimonio de fe, es obra de la familiaridad con el hecho portentoso y su manifestación por los beneficios de visiones o intervenciones celestiales.
De España llegó la devoción mariana y fueron a su culto los ejemplos más antiguos de exvotos con los que contamos en nuestro país. En el siglo xix la demanda popular se acrecentó junto con la repetición de un esquema compositivo, casi siempre sobre lámina de zinc, cobre o fierro. A partir de un contagio formal, los autores siguieron la fórmula que caracteriza el exvoto mexicano. Las piezas de Museo Soumaya representan una magnífica muestra de los trabajos que se han realizado desde el siglo antepasado.
El exvoto acude a dos tipos de narración: la pictórica y la verbal. En la representación, lo que vemos es la simultaneidad de dos ámbitos: el cotidiano del creyente y el prodigioso de la presencia divina. Expresión alterna del suceso, por lo general escrito en tercera persona, el texto que narra el hecho milagroso se ubica en una cartela en la parte inferior del cuadro y tendrá constantemente una ortografía fonética.
Si, como enseñó Donatello a Leonardo da Vinci, el cometido del arte no reside en la belleza sino en la expresión del rasgo inconfundible aunque ello resulte irritante, varias de nuestras más entrañables imágenes pictóricas nacionales están vinculadas con la tradición del exvoto popular mexicano, y a ésta nuestra forma de habitar el mundo que trasluce pasión –palabra que se lee al oído como padecer–, pero que en su caligrafía barroca hace por conciliar lo trágico con lo maravilloso, poniendo el más allá y el acá abajo muy cercanos.
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