Aunque con una obra no exenta de ironía, Camilo Blas asumió el compromiso de otorgar a los indígenas un lugar central en el imaginario nacional peruano. Ejemplo de lo anterior es Juerga indígena, pintada en 1939 sobre la base de unos apuntes que el artista realizó en Sicuani (Cusco) doce años antes. Blas representa un paisaje andino montañoso, pero su principal interés es describir detalladamente la vida humana que se desarrolla en él. La escena parece transcurrir en un universo cultural cerrado y “puro”, aislado de la modernidad. Así, el lienzo muestra una gran variedad de personajes y acciones: dos hombres tocan largas flautas, mientras otros personajes bailan, mastican coca o conversan entre sí. Uno de ellos se ha alejado del grupo para vomitar en un rincón, lo que nos sugiere que el alcohol es responsable del clima general de la reunión. Para caracterizarlos como “indígenas”, el pintor remarca los rasgos de los rostros de sus personajes y crea así figuras muy estilizadas y expresivas. No obstante, este énfasis en lo “racial” genera, al mismo tiempo, el efecto contraproducente de una caricatura.