Fray Manuel Pinzón vivió en el Convento Grande de San Francisco de la Ciudad de México. A pesar de que se conocen pocos datos sobre su vida, se sabe por diferentes textos de la época que gozó de gran fama en la sociedad del segundo tercio del siglo XIX. Fue capellán de la Acordada, antigua cárcel novohispana. Sobre este tema, Antonio García
Cubas rescata en El libro de mis recuerdos rasgos de su personalidad: […] era un orador que convencía por la lógica de su discurso […], con su fácil y persuasiva palabra en las tandas de ejercicios espirituales que daba en la prisión, apartaba de la senda del crimen aun a los más obstinados.
Concepción Lombardo de Miramón, en sus Memorias, menciona que fue su confesor durante su juventud, y quien escuchaba con gran paciencia las dudas que tenía sobre su idea del matrimonio, además de haber asistido a su padre en el lecho de muerte. Manuel Payno (1810-1894), en Los bandidos de Río Frío, también hace referencia a los discursos tan cautivadores de fray Manuel.
El religioso murió en 1858 en la Ciudad de México. La familia Palomo Rincón, en honor a su memoria, a la amistad y apoyo espiritual que les brindó, solicitó al pintor francés Édouard-Henri- Théophile Pingret la realización de este retrato.
En el lienzo se observa al fraile sentado en posición de tres cuartos con la mirada dirigida hacia el espectador. Está vestido con el hábito azul añil, que también usaban los franciscanos. En el fondo, tras un cortinaje ocre, se observa parte de su biblioteca. En uno de los entrepaños falta el libro que el fraile sostiene en su mano. En la mesa, entre plumas y papeles, destaca su crucifijo, figura notable del alfa y omega de su vida.
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