El barón Gros llegó a México en 1832 como primer secretario de la oficina diplomática francesa. Fue uno de los noveles artistas viajeros que pisaron la nación mexicana, en un siglo de descubrimientos arqueológicos y atracción por temas exóticos.
Firmado y fechado en 1835, Grutas de Cacahuamilpa es producto del segundo viaje que el pintor realizó a las formaciones geológicas más conocidas de México. En la pintura dedicada a este «palacio subterráneo», como las llama don Manuel Romero de Terreros, se han recreado dos salones famosos: el chivo, y el del tronco y de la palmera. Mueven al interés las pequeñas escenas que contrastan con la magnitud y fuerza de las figuras pétreas: es el detalle de los personajes en el centro del lienzo que, sobre rocas horizontales, a manera de mesas, tienen dispuestos objetos para la excursión.
Documento científico –por el asunto tratado–, pero sobre todo plástico, las majestuosas grutas mexicanas resultaron para nuestro artista y diplomático un interesante motivo. En ellas destaca el claroscuro, la textura de las rocas y, principalmente, ese temperamento romántico que ve una forma extraordinaria de hermosura en la naturaleza: la figuración de la inmensidad confrontada con un ser atraído por el panorama que avasalla; el paisaje como templo anímico del artista rebelde, convulsionado en su percepción de la realidad interior y exterior