Obra de gran lirismo, con tintas de color que nacen de una delicada valoración en grises de blanco y negro matizados por una mínima incorporación de ocres y azules. También destacan como líricas las pinceladas muy menudas y rítmicas, que van cubriendo sin rupturas todo el espacio; las amplias y suaves ondulaciones de las formas, que se convierten en paisaje; los límites de estas formas, que repiten en mínimos gestos, casi como un fractal, las ondulaciones de la vegetación del paisaje.
Los ritmos apacibles de todo el paisaje se ven dinamizados por el contraste de luminosidad entre los diversos planos espaciales. Así Azketa deposita, en la luz, la fuerza de las formas abriendo el paisaje a la contemplación. Todo ello hace participar al espectador del placer mismo de pintar, desde una contemplación que se apoya en tiempos lentos, cuidadosos, que llevan directamente a un meditar desde una obra con vida propia al margen del paisaje sugerido.
Isabel Cabanellas Aguilera