La Virgen, registrada por primera vez como original de Murillo en el catálogo de Diego Angulo Íñiguez, ora de pie sobre una luna creciente; es ella quien completa la esfera. Vestida de blanco –referencia a su pureza, sin la mancha del pecado original– y con manto azul –símbolo de realeza y del Espíritu Santo que está siempre en María–, irradia al sol. En el coro de ángeles celestiales y el nimbo de querubines que la coronan, se aprecia el sfumato y la tenue pincelada de Murillo. Cuatro angelillos, en la parte inferior, sostienen símbolos místicos marianos: una rama del sagrado olivo, la palma incorrupta y del dolor ante la futura pérdida de su Hijo, una rosa de color rosado – referencia primitiva a la femineidad, emblema del amor de María y de su castidad y bondad– y una varita con tres azucenas –asociadas a la Virgen por su inmaculada blancura–, que de nuevo alude a su pureza.
El magnífico lienzo perteneció a Horace- François-Bastien Sébastiani de la Porta, mariscal francés que participó en la invasión napoleónica a España en 1807. Estuvo en París hasta 1813, cuando Jean-Baptiste-Pierre Le Brun lo compró a instancias de su mujer Marie- Louise-Élisabeth Vigée-Le Brun, la célebre pintora de cámara de la reina María Antonieta de Francia y una de las primeras artistas de la Academia. Luego de un viaje por la Península Ibérica y de admirar la obra de Velázquez, Coello, Cano y Murillo, a su regreso a París conoció este lienzo y sugirió a su marido que lo adquiriera para devolverlo a su patria.