Pintor, arquitecto y decorador, Giulio Pippi llevó una vida muy productiva en la Roma del quinientos. Discípulo de Raffaello Sanzio, participó en los frescos del Vaticano Incendio del Borgo y La batalla de Constantino en el puente Milvio. Esta labor se vio interrumpida por el obligado exilio de Roma hacia 1524, cuando ciertas obras de su autoría fueron consideradas por los tribunales como lascivas y peligrosas.
El artista entró entonces al servicio de Isabella d’Este, gran mecenas de Mantua, en Lombardía. Bajo su protección, Pippi reconstruyó la catedral y decoró la Reggia dei Gonzaga o Palacio Ducal.
Cabe suponer que fue en esta misma época cuando realizó La Visitación que, a pesar de su pequeño formato, no palidece ante el resto de la producción del pintor. Hecha con tinta y albayalde sobre papel, la obra alude a un ritmo y teatralidad propios del Manierismo.
El pasaje retrata la visita de María a Isabel, en una ambientación clásica, donde las figuras de Ambrosio, obispo de Milán, y san Francisco de Asís parecerían dar testimonio de la escena que evoca las palabras del propio san Ambrosio: Luego que María santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debía ir a visitar a aquella familia.