Fernando González encara en «Los negroides» lo que consideraba el problema fundamental de Suramérica: la vanidad. La define como «carencia de sustancia, apariencia vacía». Opone a ésta, como único medio de superación, la libre expresión de la personalidad, es decir, el orgullo, la egoencia: «El orgullo es fruto del desarrollo de la personalidad, por ende, contrario a la vanidad». Somos vanidosos en casi todo lo que hacemos, padecemos como pocos las consecuencias nefastas de la mediocridad y la indisciplina, ocultamos la verdad para quedar bien, vivimos del decorado, nos es imprescindible el barniz, el lavado, el toque de pintura, somos esclavos del qué dirán. Además, nos avergonzamos de nuestras raíces ancestrales, odiamos al indio y al negro que hay en nosotros, preferimos la imagen del europeo o la del gringo, en todo caso, la del «blanco». La verdadera obra humana —dice Fernando González— está en vivir nuestra vida y en manifestarnos. La cultura suramericana (copia de la europea) se ha encargado de crear individuos inhibidos que sienten vergüenza de autoexpresarse. Y la cultura debería tener una función particularmente formativa que le ayude al individuo, no a disfrazarse, sino a desnudarse y a librarse de lo que le impide su autoexpresión. Entonces, como pueblo suramericano, no tenemos identidad y nuestro pecado se llama vanidad. «La vanidad está en razón inversa de la personalidad», y acto vanidoso es aquel cuyo fin es aparecer socialmente.