El general Álvaro Obregón, ante la tumba de Francisco I. Madero, se quita la pistola que llevaba al cinto para entregársela a la profesora María Arias diciéndole que, como los hombres no defendieron al presidente Madero como lo hizo ella, la hacía merecedora de esa arma por haber protestado por el magnicidio. Por este hecho, se le conoció como “María Pistolas”.