El investigador del arte Émile Mâle apunta que la devoción al Niño Jesús tiene sus orígenes en la tradición belenística difundida por Francisco de Asís. Antonio de Padua y santa Clara también abrazaron este culto que fue compartido por sus hermanos de hábito.
En el monacato femenino cobró gran importancia la imaginería del Divino Infante, quien representa al Esposo con quien las religiosas contraen matrimonio místico. El pequeño es símbolo de la divina maternidad. En los retratos de monjas coronadas se observa la presencia de esculturas de bulto del Niño Jesús, que posteriormente serían colocadas en sus celdas.
También era común encontrar este tipo de tallas en los ámbitos privados del hogar, como las capillas domésticas. La iconografía del Niño Jesús es muy diversa, con distintos atributos relacionados con su vida.