Pensar en Claude Monet es llegar a la esencia del arte moderno francés. Con la obra Impresión, sol naciente, pintada durante su estancia en El Havre, dio lugar, hacia la segunda posguerrra, a la acuñación del término «Impresionismo».
Paisaje en Giverny, realizado en 1887, evoca al pequeño pueblo de Normandía. La tradición apunta que Monet lo vio por primera vez hacia 1883, desde la ventana de un tren en el que viajaba. La obra –que aparece con el número 1123 en la biografía y catálogo razonado del Instituto Wildenstein, París, 1979– permaneció en la colección personal del maestro y fue heredada a su hijo Michel, quien la conservó hasta su muerte en 1966 en la casa de Sorel- Moussel en Normandía.
El lienzo privilegia en la composición la figura de un árbol invernal; resuelto con pincelada oscura y matices de blanco en la copa, se yergue incólume por delante de un paisaje en el que las tonalidades de lila y verde pálido recrean una atmósfera brumosa y solitaria.