Cuadro atardeciendo / Atardeciendo / Parque

Esta obra de I. Muro resulta inquietante en su subversión de cualquier posible aspecto natural del espacio que no obstante se muestra como motivo: los Jardines de la Taconera de Pamplona, un lugar sobre el que Muro ha vuelto al menos en otras dos obras, Imagen en el vacío, dos años posterior a ésta, y Camino de luz I, de 1997.
La pieza se inscribe en una línea de trabajo que ya ha mostrado el autor en numerosas ocasiones: la representación de la luz, y la reflexión significativa sobre este elemento natural. En Cuadro atardeciendo, Muro adopta algunas convenciones estilísticas del Pop: sustituye la variedad tonal por la limitación de pigmentos y la transición cromática lenta por el contraste plano; no deja, por eso, de describir el motivo, ni de presentarlo en un espacio concreto, pero sí impone a ambos una particular objetividad o frialdad o distancia. Llama la atención no obstante cómo esa impersonalidad es al tiempo trastocada. En la misma obra, el artista introduce masas difusas y veladuras; por otro lado, empastes de colores superpuestos que abocan a la sensación de golpes de luz.
Si Muro atenta contra la unidad estilística del cuadro, su actuación no deja de tener sentido. En realidad, no es sino la luz la que se presenta: como constitutivo de las cosas (en las transiciones cromáticas abruptas), como baño de la realidad (en las veladuras), como instante que por un momento domina a los objetos (en los focos de alta saturación y extremo índice de luminosidad). Conviene recordar aquí una frase significativa del autor: me interesa la luz, ha dicho, «no como un hecho puntual, fenoménico o impresionista, sino como sustancia de la que está hecho todo»*. No obstante, Cuadro atardeciendo sólo en cierto modo puede ser ejemplo de esta voluntad. La obra no apunta a la total disolución del hombre en la naturaleza. En muchas zonas del lienzo el artista (como el espectador) es consciente del artificio: la luz constructora. Y otras tantas veces el artista (como a la postre el espectador) sabe el instante del reflejo, la luz gratificante precisamente condenada a desaparecer.
Si la pluralidad lumínica es fundamento de este lienzo tampoco es baladí en su significación la iconografía escogida. La naturaleza es naturaleza domeñada, humanizada; se trata de un jardín. El jardín insiste además en presentar su condición, pues está habitado por una figura humana que lentamente lo cruza. En mi opinión, Muro nos ofrece la reflexión significativa que él desarrolla en torno a la luz, pero en el interior de nuestro curso más común y cotidiano.
Amaya Ascunce Parada