Intelectuales, historiadores, filósofos, políticos y estadistas encontraron en 1910 el momento para insertar a México en el panorama internacional y mostrar la construcción de una patria sólida con grandes avances tecnológicos. La Pax Porfiriana –como apunta la investigadora María de las Nieves Rodríguez y Méndez– preconizaba una actitud conciliadora que vino a ofrecer al país una prosperidad económica que haría progresar a la nación hacia la modernidad y la tan ansiada democracia.
Así, con el propósito de organizar los festejos que habrían de celebrar el inicio de nuestra gesta libertaria, el 1 de abril de 1907, Porfirio Díaz creó la Comisión Nacional del Centenario de la Independencia.
En la capital, bajo las directrices de los arquitectos Antonio Rivas Mercado y del célebre italiano Adamo Boari, se construyeron espléndidos edificios que serían baluartes del progreso porfiriano. Entre ellos, el Palacio de Bellas Artes en sustitución del Teatro Nacional; el Paseo de la Reforma, antes Paseo de la Emperatriz, en cuyo corazón se levantó la columna de la Independencia con sus alegorías de la paz, la guerra, la justicia y la ley de Enrique Alciati. Éstas acompañadas por la escultura áurea de una Niké coronada por laureles y cadenas rotas en la mano.
Para la recepción de los embajadores y personalidades internacionales que tuvieron lugar en Palacio Nacional, desde junio de 1910, Díaz mandó hacer vajillas y cristalería a Francia. Todas las piezas ostentan el águila real y sobre ella el nombre «General Porfirio Díaz»; y en una lacería debajo del regio emblema, «Presidente de la República Mexicana».
Las fiestas del Centenario serían convocatoria para los mexicanos. Sin embargo, desde un inicio fueron criticadas por no integrar a todos los sectores de la sociedad. El pueblo no fue invitado a los selectos convites, que apenas dos meses después se iría a las filas de la primera revolución del siglo XX.
Esta copa para licor, conmemorativa del Primer Centenario de la Independencia de México, formó parte del servicio de Porfirio Díaz [1830-1915] . La copa no necesariamente acompañaba el coñac. Su balón, es decir, la parte abombada, ofrecía a la bebida una amplia superficie para que al agitarlo salieran los aromas. El tallo, por su parte, compensado con el tamaño del balón, facilitaba la sujeción. El pie, en armonía, le brinda estabilidad.