Bartolomé Esteban Murillo nació y creció en el puerto más importante de España: Sevilla. Estuvo en contacto con personas y cosas de todos los confines de la tierra. El encuentro con el mundo flamenco influyó con fuerza en sus retratos. El realismo del dibujo de Flandes, acentuado por el alma española, marcó su quehacer, así como la intensidad napolitana del claroscuro de Ribera.
Con marcada tendencia tenebrista, los rasgos y las sombras dan a esta pintura un efecto escenográfico y una atmósfera vaporosa. El rostro del caballero se enmarca en la oscuridad del fondo, como en otras pinturas de Murillo, por la fuerza que otorga la postura frontal del retratado, mientras sus ojos brillan con la luz que el artista suele dar a sus personajes. Para modelar los volúmenes utiliza masas de luz, como lo hizo en la misma época Rembrandt.
Carlos Sansores opina que éste debe ser su formato original. Por el contrario, Enrique Valdivieso considera que la obra tuvo un tamaño mayor al que se observa –tal vez el caballero aparecía de cuerpo entero–, y que fue recortada. Es una magnífica obra barroca en la que la interpretación estética de Murillo impresiona al espectador por su realismo, suavidad y dulzura.