En el mundo mesoamericano, las plumas fueron objetos apreciados del más alto nivel, junto con el jade y la turquesa. Quien usaba plumas era asociado a la divinidad. La manifestación más conocida, Quetzalcóatl, dios del aire, era representado bajo la forma de una serpiente cubierta de plumas de quetzal que simbolizaban céfiros y nubes ligeras.
Aunque la palabra amanteca hace referencia en general al obrero, se designa de forma específica con este vocablo a los oficiales artesanos de la pluma que labraban artículos de lujo reservados a la aristocracia. La pluma y los trabajos elaborados con esta materia prima eran objeto de tributo, ofrenda, moneda y amuleto. Se dice que Moctezuma tenía casas donde almacenaba plumas y las piezas manufacturadas a base de ellas.
Al plumaje también se le dio un uso común: capas, rodelas, abanicos, mantas, huipiles y tocados diversos. La investigadora Teresa de María y Campos da cuenta de cómo los pueblos nahuas decoraban de plumas palacios y tronos, de manera que producían verdaderos escenarios.