Pintora, grabadora y dibujante, Elisabetta se formó al lado de su padre, Giovanni Andrea Sirani, quien fue ayudante del pintor barroco Guido Reni (1575-1642). Desde muy niña demostró grandes dotes para la pintura y, en su adolescencia, ya contaba con importante prestigio dentro del gremio boloñés. En una época en que estaba prohibida la formación artística de una mujer –como sucedió con la artista romana Artemisia Gentileschi (1593/1597-1652/1653)–, la joven Sirani se abrió paso en el gusto de la clientela por la veracidad y acierto de sus pinceles.
Recibió encargos de pintura histórica y religiosa de varios aristócratas de Boloña y trabajó en la decoración del Palacio Corsini en Roma. San Juan Bautista joven fue pintado para la familia Vassè Pietramellara, entre cuyos miembros había destacado el senador Giovanni Antonio, brazo derecho del papa Urbano VIII. En 1665, coinciden la mayoría de los biógrafos, Elisabetta Sirani fue envenenada por una empleada doméstica. Sus restos descansan, junto a los de Guido Reni, en la Basílica de Santo Domingo de Bolonia.
El lienzo montado en tabla, hoy mexicano, representa al santo de hermoso rostro y generosa anatomía que apoya su pierna derecha en una piedra, contigua a la imagen del Agnus Dei, al tiempo que abraza –con delicado manejo de luces y sombras– la cruz con la cartela que dice: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dice el Evangelio de san Lucas (1:63-64): […] Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios.