En 1940, año del centenario de Francisco de Paula Santander, irrumpió con insolencia este libro para abatir el mito y enjuiciar el dogma. Fernando González revela al Santander tortuoso, elusivo, mezquino, lleno de perversidad y de envidia. Se ha dicho con injusta ligereza que es un libelo ponzoñoso. No lo es. A todo lo largo de él vibran la pasión y la ira. Pero es que cuando el hombre iberoamericano de verdad siente devorada el alma por la mística bolivariana; cuando vive la tragedia del Libertador tropezando por los caminos de su América grande con los obstáculos que unos cuantos enanos aviesos interpusieron a sus pasos de coloso; cuando evoca el vencimiento final de Bolívar por los enanos; y cuando piensa con Fernando González que, mientras el Libertador murió virgen, quienes hoy nos gobiernan son la progenie de Santander, de Riva Agüero, de Flórez, de Páez y de Rivadavia, su natural reacción no puede ser sino airada, colérica y violenta. Y esa es la postura de Fernando González. Su espíritu bolivariano lo enfrenta al más prominente de todos aquellos que, con asombrosa concomitancia, cumplieron la execrable misión de malograr el ideal del Libertador, único esencialmente capaz de construir la gran nación hispanoamericana, precozmente fraccionada en trozos minúsculos por la rapacidad de sus enemigos. «Santander» es un libro implacable, apasionado, devastador, y su publicación produjo un coro de unánime «patriotismo», herido por las afirmaciones del autor.