Santísima Trinidad

El bautismo de Jesús ha sido escena central en la representación de la iconografía trinitaria; es en ella donde se hace patente la unidad de las tres Personas divinas en un solo Dios. María del Consuelo Maquívar apunta que los artistas novohispanos realizaron las representaciones de este tema con base en los trabajos de grandes maestros europeos, así como por las recomendaciones de los tratadistas de iconografía. La investigadora cita a don Francisco Pacheco, maestro de Diego Velázquez, quien indica […] la más recibida pintura de la Santísima Trinidad ha de ser pintar al Padre Eterno en la figura de un grave y hermoso anciano […] a su mano derecha, sentado, Cristo nuestro señor […] y en lo alto, en medio, el Espíritu Santo en forma de paloma […]. Miguel Cabrera plasmó con pericia esta composición en la que destaca la luminosidad de los colores, el movimiento de las telas y la dulzura de los rostros. Para significar este dogma, el maestro ha seguido la iconografía que dispone la Trinidad antropomorfa con el color blanco para identificar al Padre, quien lleva en el pecho un sol; el azul, para el Hijo, identificado por el icono del cordero, al tiempo que el Espíritu Santo se distingue con el rojo y la tórtola con alas desplegadas.
Sobre peanas de querubines se elevan Padre, Hijo y Espíritu Santo en el orbe celeste; los resplandores indican su naturaleza al mismo tiempo que portan un cetro dorado.