A poco de su instalación en la ciudad y cuando contaba treinta años de edad, realiza Romero Barros esta gran obra que, a la larga, le consagraría como maestro y pondría de manifiesto su dominio del bodegón. Sigue en ella el esquema convencional de colocar la fruta sobre una mesa delante de una pared, aunque, bajo una ventana enrejada que se abre al exterior, lo que permite conjugar un asombroso juego de luces para plantear un completo discurso sobre las distintas fases y aplicaciones de la naranja.