El espacio pictórico de Balda es un espacio de tensión, de construcción y ruptura; de añadir y quitar; un espacio activo en el que las distintas formas conviven y trasgreden sus propias limitaciones. La mayor parte de sus propuestas plásticas tienen que ver con sus conocimientos arquitectónicos, con la idea de construir nuevos espacios casi siempre desde lo ya construido, desde elementos existentes. Balda trabaja cada cuadro como una suma de formas que se van superponiendo, que se cruzan y se rompen y que van delimitando la forma final con un particular sistema de orden que recuerda las tramas urbanísticas. En esta obra de la serie La lógica inocente, una serie que tuvo continuidad en otras posteriores como Ansiedad Simulación, se deja ver ya el complejo proceso creativo en el que entra la pintura del autor, apoyado en la utilización, casi escultórica, de los colores. Una vocación de aproximarse a la tercera dimensión que en trabajos posteriores de Balda ya se ha hecho evidente: los ensamblajes, las construcciones irregulares con volúmenes que sobresalen cada vez más de la pared, son el paso siguiente a las series citadas. Para Javier Balda el negro no es un color dramático, es el color con el que construye, igual que el blanco le sirve para reforzar la idea de geometría en sus obras. Casi siempre combina estos dos tonos con un solo color en cada obra o a lo sumo dos y no cualquier color: verde, azul, rojo o amarillo. Él dice que pinta como quien emprende un proceso gestual de construir imágenes sobre un soporte y el resultado gira siempre en torno a la arquitectura, la geometría, el gesto y la pintura como materia. Y ésta es otra de las esencias de su propuesta. La pintura de Balda combina la pasión y el acto lúdico de pintar con la racionalidad propia de la arquitectura; lo vertical con lo horizontal, la idea del tiempo detenido junto al tiempo que transcurre. Siempre abierto a los cambios.
Alicia Ezker Calvo