Habrá algún motivo para que una cámara abierta al mundo enfoque este charco en mitad del bosque. Tal vez, en invierno sea una pista de esquí de fondo y los turistas quieran conocer el estado de la nieve. Durante los últimos días, sentado frente a la pantalla, he estado mirando la mancha oscura e irregular que se extiende entre los abetos. Estará posiblemente en Norteamérica porque si me conecto a las mañanas sólo recibo una imagen negra con la información de la fecha del día y de lo que parece ser el nombre de un paraje cuya localización no he podido ubicar. Alli, muchas mañanas el charco está helado. No en toda la superficie; en sus bordes. A pesar de la ínfima calidad de la imagen pueden intuirse las líneas del hielo, como curvas de nivel, retirándose conforme sube la temperatura. Algo más tarde ya es todo azul. No he visto pasar a nadie. Los días de mal tiempo la cámara no se mueve ni el objetivo se moja. Debe estar instalada en algún poste y la tienen bien protegida. El agua, tan oscura, atrae la mirada casi de una forma malsana. Es un agua contraria a la que transporta a Ofelia, tan horizontal y tan vertical ésta de la que hablo. Para no caer en la tentación imagino los bits de los que está hecha como si fuera escamas de sal teñidas que pudieran levantarse con la uña y bajo las cuales, en vez de profundidad, no hubiera sino un papel en blanco.
Miguel Leache Resano
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