En 1664 las autoridades del convento de San Agustín en Sevilla buscaron, para la realización de las pinturas del retablo principal de la capilla de santo Tomás, al artista más importante de la ciudad: Bartolomé Esteban Murillo. En 1670 se inauguró el templo y esta obra perteneció al bello conjunto. Hacia principios del siglo XIX, durante la ocupación napoleónica de la Península Ibérica, el mariscal Jean de Dieu Soult incautó esta tabla y el resto del conjunto para el Museo del Louvre. Más tarde fueron devueltas a España. Las innovaciones neoclásicas hicieron que la duquesa de Benavente conservara sólo las pinturas centrales, que actualmente resguarda el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad. Las obras fueron adquiridas por Henry Hare Townsend, quien las vendió en Londres. Hacia 1900 formaron parte de la colección madrileña del conde de Toreno, y desde 1997 esta obra se integró al acervo de Museo Soumaya.
De las cinco tablas para la rosca del arco retabular del convento provienen estos tres ángeles de hermosas caras que revolotean en una atmósfera íntima, enfatizada por los dulces contrastes de luces y sombras. Sostienen un lienzo oscuro, símbolo del hábito negro de la Orden de san Agustín, obispo de Hipona. El vivaz tratamiento de los cuerpos y las magníficas carnaciones muestran el místico carácter barroco de Murillo y del sur de España