Durante la primera mitad del siglo XIX, el retrato en cera empezó a desarrollarse en México y despertó gran interés en la sociedad. La investigadora Inmaculada Rodríguez Moya apunta que esta técnica fue utilizada para difundir las efigies de los próceres nacionales en diferentes soportes. Es probable que para crear las piezas se utilizara el fisonotrazo galo, aparato que permitía delinear a escala el perfil de una persona.
A estas miniaturas se les añadían cabello, bigote y pestañas, ojos de vidrio, trozos de tela, así como detalles metálicos y chaquiras. Entre los maestros más importantes estaban Bonifacio Reyna, José María Legazpi, Nieto, Islas, Segura y José Francisco Rodríguez. Este último destacó por el gran realismo y cuidado en sus trabajos. Se sabe que fue prolífico debido a que realizó colecciones con alrededor de 40 efigies de personajes históricos.
La colección de Museo Soumaya consta de ocho en posición tres cuartos y de perfil, enmarcados en medallones ovalados y cubiertos por cristal.
El primer emperador de México, Agustín de Iturbide (1783-1824), ostenta su banda tricolor.
Con la llegada del daguerrotipo empezó el declive en la producción de los retratos en cera. Sin embargo, los que han llegado hasta nuestros días representan tesoros para el estudio de nuestra identidad nacional.