A su paso por la Escuela Nacional de Bellas Artes, Salvador Murillo compitió con la figura de José María Velasco. Incluso, en contra de la opinión del maestro titular de paisaje, Eugenio Landesio, fue nombrado para suplirlo en la cátedra el 18 de enero de 1874, cuando el italiano dejó las clases debido a una enfermedad. El periodo de Murillo duró un año.
De su historial académico se sabe que obtuvo un premio en 1855 en la clase de copia en yeso; otro en 1856 en la de bajorrelieve, y uno más en 1866. Exhibió en la XV Exposición de Bellas Artes, Costumbres romanas, y se tiene noticia de dos paisajes remitidos a Francia que participaron en la Exposición mexicana de 1881.
Murillo se marchó a Europa con sus propios medios, desde donde solicitó ayuda a las autoridades nuestro país. Existe un documento del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública fechado el 9 de octubre de 1871, en que dispone auxiliarlo con 25 pesos mensuales a fin de que prosiga sus estudios. En 1877 presentó en París el cuadro Valle de México, que fue elogiado por un periódico de Bruselas. El diario mexicano El siglo XIX, del 6 de marzo, así comenta: Este panorama es el que ha trazado con hábil pincel el artista don Salvador Murillo, que, ganoso de la gloria del sevillano, su homónimo, pide a la paleta la atmósfera americana de celestes tules, a los prados sus encantos y sus estrellas al firmamento.
El célebre periodista y poeta Ignacio Manuel Altamirano lo apoyó siempre y encontró en la pintura de paisaje el lugar que su literatura visitó con fruición, como en La caída de la tarde (1886): Mirar como traspone las montañas el sol, cansado al fin de la carrera, de este río sentado en la ribera, escuchando su ronco murmurar.