Vista de la Plaza Mayor de México [siguiendo a Rafael Ximeno y Planes]

Recrear la vista y el gusto […] se les hace tangible y manifiesto, apuntó fray Antonio de la Anunciación. El Siglo de las Luces se interesó particularmente por los espacios urbanos cohabitados por los diversos sectores de la sociedad. La pintura retrató las fiestas, procesiones y paseos que daban cuenta de la idiosincrasia de la rica diversidad de Nueva España.
La Plaza Mayor de México, epicentro de dichos sucesos, fue multirreproducida a lo largo del periodo virreinal. El lienzo anónimo Vista de la Plaza Mayor de México de 1797, recrea los usos y costumbres –tan privilegiados por la mirada de la Ilustración– de las postrimerías del siglo XVIII.
Con admirable y preciso dibujo, el autor trazó un plano de simetría radial a partir dela estatua ecuestre de Carlos IV de Borbón –conocida desde entonces como El caballito–, obra del paradigmático Manuel Tolsá, quien invistió al desventurado monarca de una peculiar gallardía y majestad.
En torno al balaustre de piso que la rodea se yerguen magníficas edificaciones: la Catedral Metropolitana, el Sagrario y otros recintos públicos. Un cielo azul pálido con nubes matizadas por el mediodía atestigua la pluralidad de los pasajes que suceden en la plaza. Vendedores, guardias, mendigos, damas y aristócratas caminan –en su apacible devenir cotidiano– por el amplio espacio. Algunos interactúan y otros pasan de largo. Un carruaje en el segundo plano del ángulo derecho transita sin prisa por la adoquinada vía.
El tañido de las campanas de la Catedral llama a los fieles a misa, la algarabía de los comerciantes en El Parián o los aromas de los puestos callejeros de comida (tecuascalis) nos remiten a esa dimensión en la que vivieron los habitantes –amén de los distintos anhelos, gustos, tradiciones– de la muy leal y muy noble Ciudad de México.