El autor más connotado de la Escuela mexicana de paisaje, José María Velasco, tuvo en su maestro italiano, Eugenio Landesio, un camino regio de aprendizaje. Inspirado por los pintores viajeros, hizo del entorno patrio, el natural y el cultural, un monumento plástico desde un horizonte que capturó la grandiosidad del entorno mexicano. En las excursiones, Landesio buscaba paisajes poco comunes y enigmáticos; no perdía la oportunidad de trasladarse a ellos para pintarlos y hacer descripciones en su libreta de apuntes, y exaltaba las sensaciones y estados de ánimo que le producía contemplar la naturaleza, advierte la especialista y nieta del maestro María Elena Altamirano.
De los itinerarios predilectos del pintor estuvo su trayecto a Veracruz. El autor de Cañada de Metlac, realizó varias expediciones a Jalapa. Especial mención merece su recorrido rumbo al pueblo de Coscomatepec que se encuentra en las faldas de la cima más alta del país: el volcán de Orizaba. Desde este pueblo es que Velasco pintó en 1875 un pequeño cuadro titulado Volcán de Orizaba, hoy en la colección del Museo Nacional de Arte. Existe otra versión fechada un año después del Museo Nacional de Praga.
A diferencia de las dos anteriores, la de Museo Soumaya.Fundación Carlos Slim, sin las transparencias atmosféricas y cielos de azul claro imponentes; aquí el autor ha tornado a una gama de grises que invade todas las formaciones montañosas. En efecto, parece que una tormenta se avecina y la cumbre de Orizaba entona en la expresión de densidad. Sensación como la que logró el artista en la serie de pinturas Lumen in coelo de 1892.
Un minucioso retrato de la vegetación concilia los dos planos que cohabitan en la amplitud especial que pone en valor la importancia de asuntos por apreciar: una arquitectura, escala de lo humano, ante la grandiosidad de la naturaleza que inmortalizó Baudelaire al decir: […] como la claridad, la noche, vasta, se responden perfumes, sonidos y colores.