Retrato de una niña

Retrato de una niña proyecta, como otras obras de Renoir, la belleza de la frescura infantil. El traje que insinúa en color azul y cuello blanco, el largo cabello rojizo y las suaves tonalidades verde-amarillas del fondo de la pintura, destacan el rostro de mirada taciturna.
La producción del artista elogia el encanto de la mujer en sus distintas edades; transmite la sensualidad y la dulzura de sus modelos mediante el dibujo en color como base fundamental de sus retratos. Esta característica se observa en el que le hizo a su hijo Jean Renoir, y en otros que elaboró de mujeres jóvenes y niños durante la década de 1890.
Su obra refleja la mirada fiel y constante en las escenas íntimas, la maternidad, la infancia y los placeres de la vida. Gran admirador de Ingres y de Raffaello –a quien observó durante un viaje a Italia en 1881–, Renoir se distinguió por su dibujo en rostros y manos, y por el perspicaz tratamiento de la piel, que le inspiró esos tonos delicadamente nacarados que le hicieron célebre.
Si bien Renoir y Monet se afirmaron como defensores del Impresionismo, con pinturas de pequeñas pinceladas yuxtapuestas que lograron capturar los reflejos fugaces provocados por la luz natural, el primero no supeditó de manera contundente la composición de sus figuras para experimentar sólo con los efectos de la luminosidad.
En Renoir, la belleza femenina es la búsqueda de su ideal en pintura, en el que el óleo se difumina y adquiere la gracia del pastel. La obra se encuentra reseñada en el volumen sexto del catálogo razonado del artista elaborado por François Daulte.