Autorretrato con Mono, 1945

Frida Kahlo pintó este autorretrato en 1945, en plena madurez de su expresión artística y técnica. En esa época las satisfacciones que le dejaba su carrera profesional se combinaban con una situación personal especialmente difícil. Su relación con Diego Rivera era muy complicada y su salud física había empeorado mucho. El dolor, la angustia y la fatiga extrema eran insoportables, tanto que en junio de 1946 Frida fue sometida en Nueva York a una operación de columna que desgraciadamente no obtuvo los resultados esperados y determinó lo que se ha denominado “el principio del fin”. 

Autorretrato con Mono (1945) de Frida KahloMuseo Robert Brady

Los famosos autorretratos de Frida dan salida a su agitado mundo interior con imágenes que expresan y reflexionan sobre su realidad. Tienen, por así decirlo, su propia simbología, cuyo significado es posible llegar a conocer a partir de ciertas claves.

El autorretrato como máscara. El rostro de Frida no muestra abiertamente el dolor y la angustia que, sin embargo, están latentes en la obra; el semblante, casi imperturbable, oculta los sentimientos. En La máscara (1945) Frida decide pintar en su cara el sufrimiento, pero lo hace mediante un artificio: se coloca una máscara que llora amargamente congestionada y compungida.

El tocón muerto. Sobre un fondo muy oscuro poblado de hojas aparece un gran árbol seco. Se trata específicamente de un tocón, la parte del tronco que queda unida a la raíz cuando el árbol es cortado por el pie. Descarnado y con las ramas que le quedan quebradas, es tanto una alusión a la columna rota de Frida como, sobre todo, a la muerte. En otro lienzo de 1945, Moisés o El núcleo solar, aparecen troncos secos, pero con brotes tiernos, como si la vida retoñara de la vejez. En Autorretrato con mono Frida es uno de esos árboles que, a diferencia de los citados, todavía no ofrece las nuevas ramas de una nueva vida.

El vestido de tehuana. Como es habitual, la vestimenta escogida es un huipil bordado de tehuana, en este caso de terciopelo negro. El de tehuana era el traje que más gustaba a Diego y referente en sí mismo de una mujer fuerte, igual o superior socialmente al varón.

El peinado. Frida deja el cabello suelto por detrás, como un velo, y recoge el resto en lo alto de la cabeza, entrelazado con un listón verde.

El moño verde. El tono verde apagado es para ella el color de las hojas y de la tristeza. Frida está de luto.

El entrecejo-pájaro. Sobre la tirantez de las facciones, sobrecargadas por la contención, se enmarca una de las principales señas de identidad de Frida, su poblado entrecejo, tan remarcado que dibuja un ave: ella misma como un pájaro con las alas extendidas, libre por fin.

El mono. Frida tiene por compañero un mono araña. Desde que en 1937 presentó orgullosa a su Fulang Chang , aparece con monos en ocho autorretratos. Los changos la acompañan, la arropan y cruzan los largos brazos sobre su pecho, como ella entrecruza también sus rebozos, o las Adelitas las cananas en la Revolución.

El pequeño alter ego. El monito es peludo, pequeño y delgado, como Frida, y como ella tiene el pelo oscuro; sus tocados, además, hacen juego. Es un pequeño alter ego que la consuela, la cuida (le quita las espinas en el Autorretrato con collar de espinas y colibrí, 1940) y aquí se coloca detrás de ella para sostenerla.

La pincelada y el color. Con cada delicada pincelada, Frida registra, inevitablemente, uno a uno, todos los pormenores de sí misma y su entorno. En su paleta dominan los tonos tristes, oscuros, apagados y terrosos, y los toques de color en su vestido expresan dolor: el rojo sangrante de los adornos y el morado contenido de los listones, el mismo color que tiñe su boca.

La firma Las El únicas pinceladas vibrantes son las de la firma. Un detalle no casual porque Frida no deja nada al azar. Si en todo el cuadro se ha mostrado oscura, triste, rígida y dura, sus últimas pinceladas son de un rojo encendido, como la vida, pero también como el sufrimiento.

Frida se multiplica Con el tocón, el mono, el vestido, el tocado, e incluso el rostro, tratados a modo de fetiches, Frida se multiplica, se disemina en cada rincón del cuadro y se amplía. Todo ello compone una de sus imágenes más desoladoras, tristes y angustiantes.

Frida en el Museo Robert Brady Este cuadro fue adquirido por el coleccionista Robert Brady, un auténtico enamorado de los rostros en sus más variadas expresiones y formas. Brady lo ubicó en la Sala amarilla –antesala de la recámara dedicada a Josephine Baker- en su Casa de la Torre, de Cuernavaca. Su decoración, con cuadros de mujeres o pintados por mujeres, piezas tribales africanas y muebles de madera de talla antropomorfa, es la ideal para dar nueva vida al cuadro de Frida.

Créditos: reportaje

Fotografía: Cortesía ©Humberto Tachiquín Benito "Tachi" / Tachiphoto

Texto: María Celia Fontana Calvo, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México

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