Jan Lievens inició su carrera en Leiden y, entre 1617 y 1619, estuvo bajo la tutela de Pieter Lastman (1583-1633) en Ámsterdam, Países Bajos, y regresó a su pueblo natal para trabajar durante cinco años con el célebre Rembrandt Harmensz van Rijn (1606-1669). Los dos artistas, a pesar de ser amigos, competían por clientela y reconocimiento. Sus escenas más importantes fueron históricas, costumbristas y retratos; estos últimos tuvieron la influencia de Anton van Dyck (1599-1641). Fue hasta 1635, luego de conocer el trabajo de Peter Paul Rubens (1577-1640), que Lievens adoptó el estilo barroco que lo caracterizaría hasta su muerte.
La representación del trion –rostro en neerlandés– fue muy popular entre los pintores del norte; estudios de cabeza y hombros que a menudo portaban trajes típicos de la época o sencillos atavíos en un carácter más simbólico que realista. Los modelos, por lo general, eran personajes masculinos barbados y de edad avanzada que debían trasmitir gran personalidad. Al igual que muchos de sus contemporáneos flamencos, el autor no buscaba mostrar el estatus social sino la profundidad psicológica de los retratados, y en ocasiones sirvieron como modelos para apostolados o santos en devoción.
Un óleo con el mismo tema se encuentra en el Museo de Bellas Artes en Leipzig, Alemania. El rostro, pintado con audacia, define pliegues suaves en la piel; el albo cabello en el centro de la obra se ilumina con fuerza y genera una atmósfera de luz y sombra. La pieza, que fue atribuida por el especialista Bernhard Schnackenburg en 2014, logró sublimar la edad del hombre. Lievens puso mayor esmero en los detalles: la barba finamente delineada, la nariz y el lunar; el entrecejo denota sabiduría.
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