Sin conocer el año preciso de nacimiento de Frans Hals, sus biógrafos apuntan que de niño se trasladó a Haarlem en los Países Bajos para estudiar bajo la tutela de Karel van Mander, el gran maestro clasicista de quien aprendió a trabajar las carnaciones de sus personajes. En sus obras se exalta el principio calvinista de fidelidad conyugal y los grandes valores de la comunidad cristiana protestante.
Aunque no lo pretendía, siguió el supuesto filosófico de otro holandés, Baruch Spinoza –nada es más útil al hombre que el hombre mismo–, ya que fue un artista dedicado casi de modo exclusivo al retrato de personajes. No se conservan bocetos de Hals, por lo que se cree que dibujaba con el pincel directamente sobre el lienzo. Fue el primero en representar a sus modelos en posturas relajadas, al tiempo que plasmó la espontaneidad de los gestos.
En Retrato de una dama, el maestro acompaña a la protagonista con una enorme gola o gorguera, que tenía como finalidad rematar el armado de la ropa, además de limitar el movimiento del rostro al mantener la cabeza siempre erguida con cierta actitud de desdén. El lienzo corresponde a una segunda etapa en la que Hals utilizó una gama cromática sombría y los rostros muestran nostalgia; recibió muchos encargos de efigies de esponsales.
Las gorgueras más lujosas se remataban con delicados encajes. La costumbre europea de principios del siglo XVII se distinguió por enmarcar el rostro femenino. Según el crítico argentino, Julio E. Payró (1899-1971), aquí hay un claro antecedente del Realismo moderno por la expresión, actitudes e improntas de los retratados en la época de la pujante sociedad mercantil neerlandesa.