Nació en la ciudad de Utrecht, en los Países Bajos, pero Jacob Marrell vivió sus últimos años en Fráncfort del Meno, y aunque su obra tiene todo el carácter flamenco y reúne la cosmovisión del norte de Europa, también suele estudiársele dentro de la Escuela germana.
Esta obra es un magnífico ejemplo de las vanitas que se desarrollaron en Europa a lo largo del seiscientos. Su nombre deriva de Vanitas vanitatum et omnia vanitas, es decir, ¡Vanidad de vanidades y todo vanidad! (Vulgata, Eclesiastés, 1:2). El discurso moral de estos cuadros alude a la brevedad de la vida, aquí sugerida por un reloj –el tiempo que corre– y las flores abiertas que no tardarán en secarse. Un tulipán corona el ramo, clara referencia a la supremacía de Flandes y los Países Bajos sobre los demás gobiernos europeos. Debido al tratamiento de las formas y los colores, el investigador Meijer la cataloga hacia 1660, en la etapa madura del artista.
Con un cráneo y una vela casi extinta, Marrell alude a la muerte y al desdén hacia lo mundano, como el dinero e incluso el libro del conocimiento. En él aparecen los nombres en alemán de Salomón, Creso, Helena, Alejandro Magno, Sansón y quizá Cleopatra; es decir, la sabiduría, la riqueza, la belleza, el poder, la fuerza o la ambición no logran salir invictos de la batalla final con la muerte. Por ello, señala el artista, sólo podemos asirnos a la fe protestante, aquí representada por un bello crucifijo que se opone al catolicismo, presente por un listón azul, de acuerdo con los estudios de Umberto Eco o Fluvio Vanglio.
En este lienzo se hace latente y patente la tradición romana en la que los emperadores triunfantes eran advertidos por un esclavo que la gloria es efímera y morirían (Memento mori). El Barroco, en su juego de contrastes, afirma: Por tanto, vive el día (Ergo carpe diem), resignificado en la idea de la predestinación calvinista.