Katharsis! Imágenes de la lucha libre en México, 1940-2007
Instalada en el gusto popular desde los años treinta del siglo pasado, la lucha libre ha sido para los mexicanos algo más que una afición deportiva. Los modernos representantes de un oficio en que resuenan las antiguas batallas de gladiadores romanos y guerreros aztecas, contando con la inapreciable colaboración de públicos que no se resignaron a la condición de espectadores, convirtieron las arenas de lucha libre en escenarios de una teatralidad compleja y desaforada.
Corporales y simbólicos, carnavalescos, sangrientos, catárticos, los combates entre luchadores técnicos, rudos o excéntricos, devinieron fuentes inagotables de una imaginería que ha trascendido los límites del ring. De la televisión al cómic, de la gráfica callejera a la animación virtual, del reportaje periodístico a la ficción cinematográfica, no ha habido medio de expresión visual, adscrito a las bellas artes o a la cultura popular mexicanas del siglo XX, que no haya rendido tributo a la mitología luchística.
Los luchadores Romero, Llanes y Osés posando durante la filmación de La Bestia Magnífica (Chano Urueta).
La presencia corpórea de los luchadores, a la vez notables atletas y grandes cultores del performance, ha tenido en las imágenes gráficas, fotográficas, fílmicas y videográficas, su correlato legendario. Al tiempo que se desarrolló como género de entretenimiento masivo, la lucha libre mexicana consiguió postular una estética bizarra y refinada.
VS.
En los carteles y programas de lucha libre nunca deja de estar presente, abreviada o de manera implícita, la palabra versus, término de raíz latina que no sólo en ese espectáculo deportivo señala la confrontación entre dos bandos. Algunos estudiosos de las etimologías califican de barbarismo esa derivación de un vocablo que en su origen implicaba la acción de movimiento o desplazamiento –verso: ir hacia–, y adjudican a los ingleses su puesta en circulación.
Entre los tantos simulacros de guerra que se disputan el tiempo libre de los mexicanos, no hay versus con mayor versatilidad, colorido y fuerza alegórica como el que se plantea y resuelve, sólo para volverse a proponer en infinitas combinatorias, escenario luchístico. Sobre el cuadrilátero y sus alrededores no sólo se trenzan los cuerpos de fieros combatientes; se enfrentan asimismo los símbolos, personajes y potestades que éstos representan.
Los amagos, llaves, golpeteos, desplantes, acrobacias, vuelos y caídas de los gladiadores son el abecedario de la lucha libre como lenguaje corporal. Los reporteros gráficos que han hecho la crónica periodística de los sucesos del ring aprendieron a descifrar y prever las evoluciones de esa danza.
Como las obras que interpretan actores, bailarines y artistas circenses, las que representan los luchadores son efímeras e irrepetibles. Sólo a través de imágenes como las capturadas por fotógrafos tan diestros y entrenados como Rosalío Vera, cronista oficial de las funciones que en la actualidad se celebran en la Arena México, es posible apreciar esos momentos en que los atletas se convierten en Ícaros.
Poses e imposturas
Al tiempo que la lucha libre mexicana se consolidaba como espectáculo, entre los años treinta y cincuenta del siglo pasado, los avatares de los gladiadores se convirtieron en materia de trabajo de publicaciones especializadas. Tal proceso fue semejante al que vivieron otras disciplinas deportivas, cuyos aficionados se convirtieron en rutinarios consumidores de imágenes, noticias, crónicas y trivia relacionadas con el acontecer de partidos y campeonatos.
En México, como en otras partes del mundo occidental, el seguimiento de las aventuras protagonizadas por héroes que seguían en pos de trofeos y coronas, pero habían cambiado las armaduras por los calzoncillos y las espadas por el bat o los guantes de box, se estableció como uno de los reductos de la épica moderna.
En esos renovados “cantares de gesta” mexicanos no han existido deportistas con más presencia heroica que los luchadores, acaso porque sólo para éstos resultaba obligatorio refrendar el significado de sus nombres de batalla. El gladiador necesita ser y parecer, hacer visibles los signos de su carácter, que puede o no corresponder a su verdadera personalidad y es muchas veces el resultado de una refinada impostura.
La retratística fotográfica fue y sigue siendo fundamental en la construcción de los personajes que los luchadores han elegido o aceptado representar, ayudados por sus ropajes, máscaras, peinados, poses y gestos. Erigidos en estatuas de sí mismos, el ambiente o el paisaje que se asoma en sus retratos suele mostrar el mundo terrenal en que transcurre su vida como personas.
Saben muy bien los gladiadores que sin esas imágenes, base de otras réplicas, silueteos y montajes, no es posible el desdoblamiento que los convierte en figuras mitológicas.
Máscara
Deudora y beneficiaria de ese gusto colectivo por los ocultamientos y los desdoblamientos, la lucha libre mexicana ha hecho de la máscara una de sus más vistosas formas de expresión. Los conocedores aún discuten sobre la genealogía de los luchadores enmascarados. Ubican en Nueva York, en el año de 1933, a los primeros gladiadores que subieron al ring con los rostros ocultos: Jim Atts y Masked Marvel.
De los viejos días en que El Murciélago Velázquez aterrorizaba al público con el revoloteo de los quirópteros que acompañaban sus presentaciones, a los tiempos presentes en que Místico puede ser visto lo mismo en el ring que en las telenovelas, las máscaras que han dado vida a la lucha libre mexicana componen un relato que puede ser leído a diferentes niveles.
No sólo el bien y el mal, en todas sus modalidades y mixturas, inspiran el diseño de esas capuchas. También la historia del mundo –sucesos, ambiciones, prejuicios, terrores, ideologías– deja su rastro en la apariencia de los enmascarados. Desaparece el rostro del luchador detrás de la máscara y ésta, su nueva identidad, reinventa su biografía, volviéndola perdurable en el terreno de las mitologías.
Damas del cuadrilátero
A causa de una hipócrita prohibición gubernamental que por varias décadas les impidió luchar en las arenas de la Ciudad de México, la historia de la lucha femenil mexicana se escribió principalmente en las periferias urbanas y en los circuitos de provincia. A pesar de esa injusta marginación, las damas del cuadrilátero nunca dejaron de ser noticia y de ocupar un lugar en las simpatías de los aficionados.
Al igual que sus colegas varones, las luchadoras fueron fotografiadas por los retratistas y reporteros que surtían de material gráfico a las revistas especializadas. El fotógrafo de origen alemán Hans Gutmann –que se rebautizó como Juan Guzmán–, corresponsal de las revistas Life y Time en México, cubrió las presentaciones que destacadas luchadoras estadounidenses –entre ellas Mildred Burke–, tuvieron en la Ciudad de México.
Cuarenta años después Lourdes Grobet retrató a La Briosa en su doble condición de madre y luchadora. Esas y otras imágenes de la lucha femenil deben ser vistas no sólo como documentos relacionados con la evolución de un espectáculo deportivo. Son aún más importantes si se les aprecia como testimonios de las acciones afirmativas y transgresoras de una feminidad que decidió no sujetarse a los cartabones tradicionales.
Santo, El Enmascarado de Plata
En el olimpo mexicano de la segunda mitad del siglo XX, hay un lugar reservado para los resplandores de una máscara plateada. Pocos héroes civiles o militares, deportistas, estrellas de cine y demás personalidades de merecido renombre, alcanzaron las alturas mitológicas del luchador que combatió bajo la protección de aquella capucha y con un nombre de explícitas referencias religiosas: Santo, El Enmascarado de Plata.
Santo tuvo su primera aparición luchística el 26 de julio de 1942, portando una tosca capucha de cuero y enseñando las mañas características de los combatientes rudos. Por las siguientes cuatro décadas batalló en las arenas mexicanas, ganando campeonatos y apostando su máscara contra otras capuchas y cabelleras, sin revelar jamás el preciado tesoro de su identidad.
En el cine, cuadrilátero sin fronteras, Santo confirmó su condición de superhéroe imbatible. Incursionó en la pantalla grande en 1958 con un doble rodaje, realizado en La Habana, Cuba: Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales. Con esas cintas se inició una filmografía compuesta por más de 50 películas que fue el eje rector del único género cinematográfico que México ha aportado al mundo: el cine de luchadores.
Santo contra las mujeres vampiro (1962), Santo contra la invasión de los marcianos (1966), Santo contra las momias de Guanajuato (1970) y Santo contra el Dr. Muerte (1973), son algunos de los títulos en que el Enmascarado de Plata evitó que las fuerzas oscuras arrasaran con la felicidad de la especie humana.
Ya retirado de la lucha libre, Santo se dedicó a realizar actos de escapismo. La noticia de su muerte, sucedida el 5 de febrero de 1984, conmocionó a los mexicanos que habían visto en la máscara plateada el emblema de un deidad tutelar. Uno de los vástagos de Rodolfo Guzmán, El Hijo de El Santo, ha seguido los pasos de El Enmascarado de Plata en los mundos reales y ficticios en que transcurren las aventuras de la lucha libre.
La sociedad del espectáculo
A causa de la proximidad, casi familiar, que hay entre ídolos y aficionados, una parte del espectáculo luchístico sucede entre las butacas y las galerías. Al lucimiento de las luchas colaboran todos los asistentes a la arena: el vendedor de memorabilia, el niño que porta la máscara de su luchador favorito, la señora que no se cansa de prodigar insultos, los fotógrafos que rondan el cuadrilátero.
Las siguientes imágenes pertenecen a la serie La sociedad del espectáculo, realizada por César Flores y Gabriella Gómez Mont en 2003.
Rafael Beltrán, vendedor de máscaras
"Mi papá fue uno de los primeros vendedores de máscaras en México. Yo lo empecé a acompañar desde que cumplí 11 años. Tengo un taller en mi casa. Nosotros hacemos las máscaras. Se venden entre 20 y 400 pesos, dependiendo del terminado y la complejidad de cada una (…) Yo entrené lucha libre pero no subí de peso, y tenía otras obligaciones, así que lo dejé. Yo peleaba con máscara. Las máscaras son increíbles.”
Alfonso Peñaloza, corta-cabelleras
“Cuando tenía seis o siete años cuidaba carros afuera de la Arena. Luego fui vendedor adentro, vendía papas, muéganos, cosas así. Después de muchos años, resulta que un día hace falta un peluquero. Murió el señor que estaba antes, Don Miguel Hidalgo. Mi primera cabellera fue el 28 de enero del 90. Llevo 5 años usando este saco cada vez que toca echar tijera. Si me pongo otro saco, nadie me pela (…)”
Ceferino Gallegos el "Gran Chilicas", fotógrafo
“A El Santo yo lo admiraba mucho. Yo, Chilicas, quería ser El Santo. Hacía ademanes como él, me paraba como él. Un día fui y le dije: <<Mire Santo como lo admiro, mire como pongo las manos como usted, mire como me paro como usted>>. Poco a poco me lo fui ganando. Él me dio una cámara, y me dijo: <<Mire Chilicas le regalo una cámara de categoría, una Retinette modelo 1>>. Yo me hice fotógrafo por El Santo.”
La exposición Katharsis! Imágenes de la lucha libre en México, 1940-2007 se presentó por primera vez en 2007 en el Eastmanhouse Museum (Rochester, Estados Unidos). Este 2022, después de haber estado en 5 sedes más, se exhibe en el Museo Arocena, en Torreón, Coahuila. Esta exhibición virtual es una adaptación de la última curaduría de este fructífero proyecto.
Curaduría y textos: Alfonso Morales.
Supervisión de contenidos: Héctor Orozco.
Investigación de archivo: Gustavo Fuentes.
Exposición virtual: Cecilia Absalón Huízar.
Digitalización y edición de imágenes: Saúl Ruelas.
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